jueves, 15 de agosto de 2013

Que tú y yo

Una pompa de jabón en el parque de Letna. Un trozo de pizza en Namesti Miru. Otra botella de vino de cualquier potraviny. Un vaso de absenta sobre un piano en el Zorkovna. Cien bailes ebrio en el Chapeau Rouge. Un mimo nefasto de camino a Wenceslao y un bar lleno de trenes. Un viaje a París. Un pub en un quinto piso sin cartel visible en Jindrisska. Otro a Budapest. Un cisne confuso en una carretera por las inundaciones. Una jam en el Zorkovna. Un café en el K4 y el piano. Un beso en una cama. Una explosión de gas en Narodni Divadlo. Un polvo en otra. Una pata de conejo en el Cross Club. Cristal de bohemia en Wroclaw. Un invierno de siete meses, cinco días de primavera y verano lo demás. Ha llegado el Sol pero se ha ido la gente y vamos cayendo como moscas en aviones de rutinas pasadas. Dos preguntas se enfrentan en el espacio vació que separan la despedida del Erasmus con la bienvenida de lo que no lo es. En el lado de acá ¿te da pena irte? y en el lado de allá ¿te apetece volver? Dos trenes que no circulan por las mismas vías pero chocan.

Como una costumbre de la que no nos acabamos de acostumbrar la vida siempre se sigue escapando de las gruesas redes de todo plan preconcebido, todo prejuicio, resbalando a través de esquemas o categorías. Dejando atrás todas las ideas. Pensar hacia adelante siempre es imaginar, pero hay maneras y maneras de imaginar. Puedes coger ciertas piezas: que te vas al extranjero, que te vas solo, que no tendrás a nadie encima de nada de lo que hagas, que vas a vivir un año fuera, que cocinarás para ti, que toserás solito en la cama si toses, que beberás más cerveza que agua y comerás más mierda que pan. Esas piezas encajan en lo que podríamos llamar las certezas materiales que nos sirven para cimentar un verdadero monumento a nuestra malcriada imaginación. En un 99% de los casos esto: sexo, drogas, fiestas bañadas de alcohol, aprobar con el nabo y con el corazón limitarse a bombear sangre para que el cuerpo soporte todo lo anterior. Con esto no quiero decir que este fuese mi ideal de Erasmus, mi ideal incluía bastantes cosas más, sino que lo esencialmente falso de todos estos montajes es el pensar que uno se marcha de Erasmus para sentarse en una mesa servida, una vida en la que tú llegas siendo alguien y a ese alguien se le ofrece todo lo que este año pueda deparar. Ese alguien es lo primero que se pierde, se redime o se retiene a riesgo de que ese alguien haya perdido el ecosistema en el que poder funcionar. Digamos que el Erasmus no se parece a la lluvia: no vale con asomarse y quererse empapar.

 El "yo" del que estamos hablando parece estar cosido en un ecosistema que ha sido configurado con tiempo y rutina, puntada a puntada con miedos, recuerdos, parques, casualidades y algún que otro de sueño y amor compartido para darle color. Quítale todo eso a la persona que crees que eres y en el cuarto de alguna residencia o en el salón de algún piso sabrás, de entre todo lo que tenías, con qué has sido capaz de cargar. Desde el orgullo hasta la vergüenza tendrás tu vida en tus manos con la posibilidad de compartir lo que quieras compartir y dejar apartado todo lo demás. Este episodio, de gran felicidad, es como toda gran felicidad un estado transitorio en el que la selección de virtudes inicial resulta artificial alejada de su hermandad con el vicio. Al igual que el acero, que se templa con un rápido enfriamiento cuando el metal alcanza temperaturas inestables, la vida nos va endureciendo progresivamente. ¡Me ha sentado como un jarro de agua fría! -decimos cuando la vida nos templa la espalda. No es casualidad que perdamos flexibilidad con el paso del tiempo, ni que quiebren las hojas tras una biografía mellada. En estos términos se podría decir que el Erasmus es una bocanada de aire fresco, endurece pero no seca, madura pero no agrieta. Aprendes evitando que la escuela vida te enseñe levantando la voz y apretando la mano. Por mucho que presuman todas esas generaciones que aprendieron a palos, esas hostias terminan por dejar más miedos e inseguridades que grandes lecciones, más dogmas que recursos. Manos duras que no acarician. Haber sufrido mucho no nos enseña a reír, ni haber sido feliz nos ayuda a evitar el daño. Mientras el dolor nos enseña a huir de él la felicidad nos educa para perseguirla. Huir o buscar se parecen en el movimiento pero en uno se olvida el camino y en el otro se hace camino al, ejem.

Alejarse de la familia, de los amigos, de las costumbres, salir del país, tomar una distancia con los demás y con uno mismo y poder ver todo esto desde lejos, distinguir su forma con claridad porque ni la mierda ni las rosas huelen cuando naces entre ellas. La experiencia Erasmus tendría que ser obligatoria excepto para quien no quiera. Debería ser obligatorio querer ciertas cosas. Quién no querría otra noche de aventuras con Marco, un baile con Elisa, un abrazo de Cris, una conversación con la honestidad de Rubén, escuchar otra vez la historia de Dimitri que acompaña la cara de /foske/ de Nico, la sonrisa eterna de María y una fiesta con Marta, cuya resistencia a dejar de divertirse y que la gente no empiece a entristecerse supera los límites de lo posible. Que Uxía te cuente cómo va cada noche vestida. Que Vero te sonría como una estrella de los sesenta. Trabajar con Íñigo y que a través de un continente aun llegue el eco de su fuerza y de su iniciativa. Un bucle con Cristina que es infinitamente buena en su différence, descubrir a Bajtín con Verónika, aprender a vivir con Pepe, gritar "k ise la loba" a Davinia para que me mande de vuelta a mi cueva por chiquito troll. Un cuarto con Tatiana y otro cigarro verde con Stan. Hablar en polaco con Asia, escuchar el himno acústico al nihilismo de Tomás. Llorar de la risa con la cara de contar anécdotas frustrantes de Cris Suárez y saltar como un crío entre las pompas de Silvia. Sociología con Nacho. Las misiones de Cosano que ríe con Nuria. María dando palmas mientras Anxo falando deja las cosas claras. Antropología con Alba. Develar los secretos de la política trinchera a trinchera en el piso de Cecilia. Humo y Hora de Aventuras con Keka y Ganja Babe por segunda vez. Tocar el piano con Jean a la guitarra y arrastrarme con el teclado a la chambre de Jennifer y Max donde Walter White habla en francés sin conseguir que le respete. Hablar, leer y ser literatura con Enrique, estudiar la ironía con Suzanne. Hundirme sin ahogarme en los ojos azules de Liza y encontrar mi reflejo intacto. Y todas las experiencias que no cuento sin querer dejarlas de lado.

De castillo en el aire a baúl abierto de recuerdos recientes. A través de ellos se puede mirar de frente con la piel más curtida, menos carga a las espaldas y la mirada más clara. Haber visto y reconstruido lo que siempre di por presupuesto. Decir a dónde vuelvo no tiene ya sentido. Un akrónimo escrito con la vida de otras personas y el significado que le dan las personas que lo leen, alegran, calientan y acompañan. Otra voz que se agarra al papel empeñada en no creerse que el pasado no cambia.

Este es el puente que he levantado con palabras entre el leer y lo que fue durante muchos meses mi realidad diaria. Tú que interpretaste conmigo aquella partitura sin pentagrama en aquella orquesta sin director. Tú que has estado allí conmigo, en estas páginas o en las otras, en la portada o en la conclusión, soñando el índice o releyendo pasajes, sabrás de sobra que no se despide quien no hace predicciones. Que la memoria es un texto vivo y que por eso no hace falta vivir haciendo memoria. Porque solo mata el olvido. Que un puente no tiene final. Que no es compartir si hay que dar las gracias. Que tú y yo: por un recuerdo más.














lunes, 27 de mayo de 2013

Erasmus: coma tras coma y mientras tanto

Sospecho que el Erasmus va terminando a ritmo de avión y amistad que se alejan juntos; ¿Habrá sido este Erasmus una de las mejores y más locas experiencias de mi vida? Supongo que lo sabré cuando el griego que ha entrado en mi cuarto patinando deje de gritarle a mi compañero de habitación que jamás le vuelva a dar de fumar a una polaca antes de casarse. Niko, el griego al que me refiero, no para de decir malaka, como dude en inglés pero que significa "pajero" y por lo visto es la expresión más típica entre las juventudes helenas. El malaka no vino a Polonia cuando nuestras amigas polacas, guapísimas, inteligentes, amables y extremadamente buenas cocineras (lo que corroboran dos brownies, un pastel de chocolate y manzana por el que cualquier ser humano con estómago vendería su Game Boy, y unos creps con queso fresco y mermelada casera que hizo Dios a través de ellas. Dichos alimentos tienen en común dos factores:
1. Son postres 2. Siempre aparecen frente a mí cuando mi profunda pereza a la hora de comprar comida y mi pereza profunda a la hora de cocinarla suman sus fuerzas para derrotar todas mis esperanzas de supervivencia:  dan ganas de enamorarse, pero no) me ofrecieron ir con ellas a Worclaw, ciudad natal de Magda. Tenía 14 horas para decidir y me sobraba con 10 minutos para preparar una mochila.

En el CochedelPueblo de 15 años de Asia, la polaca que me enseñó a bailar tango y danzas tradicionales en los pasillos de mi residencia y que me da Vodka siempre que ve la oportunidad, existe una tradición inviolable: escuchar Ups I Did it Again de Briteny Spears en momentos específicos del trayecto: salida de Praga, conquista de Polonia, entrada en Worclaw. Dado que las emisoras de radio son basura y solo tienen ese casete acabó por suceder un imposible: que me lo pasase bien viéndolas bailar como estrellas del pop de los 90 una canción que antaño me hubiese hecho saltar del coche en marcha. Definitivamente, me estoy haciendo viejo. Siempre queda poner el mute y poner otra canción bailable en tu cerebro, pero esa vez no lo hize: dale Britney, a lo hecho pecho.

Llegamos cuatro en coche, nombres en clave Marakuya (Magda), Salamandra (Aisa), Smok (Albertiño según Aisa) y un turco que para romper mi racha de 10 años sin hablar mal de la gente era sencillamente imbécil. Al día siguiente llegó mi compañero de habitación, Stanimir, el búlgaro con 29 años que estudia deportes y que vive conmigo más simpático que he conocido en mi vida, y Karim, un alemán de rizos llenos de confeti que es la reencarnación de la fiesta, adorador del confeti y de las burbujas siempre lleva dicho material en la mochila y su sueño es poner una tienda en la que poder venderlas. Sol polaco, alcohol ruso y cristal de bohemia en una fuente enorme que reclama a cambio de sus placeres que hagamos un tanto el idiota.



 Karim, Stan y yo vamos como locos cervezas, tabaco y pilas para unos altavoces que plantar en el parque que hay dentro de un río celosamente vigilado por una pared kilométrica suma de edificios. La música de Karim es la misma de esos festivales modernitos en los que la gente paga 100 euros para entrar a escuchar a DJ´s con nombre y apellido americanos al estilo Franz Wight, John Mayer, Cold Britt, Roger Mars o construcciones nominales con gafas de colores y drogas de diseño similares, pero debo de admitir, con mucho menos dolor que el que me llevó a escuchar una canción de Britney Spears hasta 6 veces en cinco horas, que me lo pasé estupendamente dejándome llevar por una canción que, con un Sol que extasiaba de color el agua del río, el verde del césped y el sabor de la cerveza nos quedamos plácidamente escuchando aquellos altavoces con pilas nuevas que desde las manos de Karim lanzaban confeti en sus momentos álgidos, haciéndonos reír cada vez que esos cuadraditos de colores se colaban como intrusos de la diversión en nuestras cervezas y que, en cierto modo, no deja de repetir una de esas verdades adaptables a casi todos los momentos de la vida.




Cojo el autobús un lunes a la 1:30, al que casi no me dejan subir por identificar los bailes y los gritos de la gente que me despedía con el volumen de alcohol en mis venas, lo que sin ser una analogía ilegítima era sin duda impertinente. Asia tramita con habilidad lo que de otra manera hubiese sido una putada y me duermo antes de que arranque el autobús, despierto en Praga.

Los lunes venden jarras de medio litro a 12 coronas ( unos 40 céntimos) en el Vodka Bar hasta que se acabe el primer barril y ahí estamos ocupando tres mesas como hienas sedientas. Cogemos el tranvía de vuelta algo menos sedientos, donde por una hermosa casualidad se sube una pareja argentina que disfruta de su jubilación laboral viajando por Europa. Elisa y Nico (el Bravío de Terramar que, abandonado en un islote por su padre Poseidón, llegó a Mallorca construyendo una balsa a medida que le crecían las uñas. No le creáis si alguna vez os cuenta otra cosa) se levanta para ceder su asiento a tan relinda pareja, nos dan las gracias en castellano y del castellano al /qué ehtudián uhtedes/, de la filosofía a su /mi marido también ehtudió filosofía/ y de la filosofía a la psiquiatría, de la que andaba hablando antes de esto con Chimo, estudiante de medicina y amigo de otra residencia. Contactando por email nos comunicamos para tratar de volver a vernos. La fortuita cadena de casualidades con Roberto Mazzuco, profesor consulto de la Universidad de Buenos Aires y Graciela  terminó con una invitación para cenar que concluyó con un "pasame (sin tilde) tu dirección de España que te quiero enviar un librito" y un "si venís a Buenos Aires" -que lo haré- no dejés de contactarnos". Bellísimas personas que la fortuna se tomo la molestia en presentarme. Quién pudiese jubilarse así, con el alma valiente, el corazón amable y la mente lúcida.

Hoy es lunes y es el último día que está aquí Vero, una amiga de la residencia que tiene un corazón tan grande como su tierra natal, que no es Andorra sino Rusia, lo que me recuerda que su despedida espera desde hace ya más de 10 minutos en ese bar donde reparten jarras a 12 coronas. El griego que ha entrado patinando hace unos 20 minutos ya transmitió a Stan sus argumentos. ¿Habrá sido este Erasmus una de las mejores y más locas experiencias de mi vida? No lo sé. Es evidente que se está acabando, pero todavía me queda un mes aproximadamente para llevar a cabo las que serán las mejores y más locas experiencias de este Erasmus para brindar por las que ya pasaron. Ákrónimos, experiencias de la vida que se escriben con las siglas de personas y experiencias compartidas, sanas demencias, resúmenes de relatos enteros que se dibujan con otras vidas que, mientras tanto, van escribiendo la tuya al mismo tiempo, signo tras signo y coma tras coma hasta que llegue el punto de volver a un principio del que nunca antes partimos.





miércoles, 1 de mayo de 2013

Vida y juego

Acto Primero

Figúrese la escena: Aparecen un grupo de letras disfrazadas de palabras sobre un escenario blanco -

El deporte de equipo se parece mucho al sexo, uno piensa que es eso que sale por la tele hasta que se da cuenta de que no es nada si no se establece un diálogo entre personas mientras tanto, y eso es lo que no sale en la tele: nos dan a entender que el guión está ya escrito, por eso tantísimas veces el sexo y los deportes de equipo se parecen demasiado al teatro. Amo el sexo tanto como odio cuando el deporte de equipo se parece al teatro. Amo tanto el sexo como amo que ames los guiones sin escribir. No más. No menos. Amo escribir guiones - dice un párrafo con complejo de texto.

Se retira el texto.

Acto Segundo

- Praga se quita la máscara de grises y sombras y se pone otra hecha de bonitas piernas llamada Sol -

Aparece un bufón dando volteretas y mira al público de frente. Haciendo imposibles malabares con los pies habla con el público y mantiene una sonrisa más macabra de lo que te esperabas:

- Sucedió una oscura noche que dejó de suceder y llegó la primavera para por fin dejarse ver. El cielo es más azul que en tu memoria, el azul es más azul que en tus recuerdos, saca la sonrisa del baúl antes de que se la lleve el invierno.

Una bandada de cuervos se vuelcan sobre el público tiñendo la escena de un negro que no deja ver las plumas.

Acto tercero

Caminaba Alberto por las calles de Praga pensando, como siempre, en lo mucho que se parece el sexo a los deportes de equipo. Aburrido por lo mucho que hay que esperar para cruzar un semáforo en Starometská decide pasear por el puente Namesuv desde donde se ve perfectamente el puente de Carlos. Convencido de que ese puente guarda una de las vistas más hechizadas que cruzan Praga decide disfrutar unos minutos de su nuevo aspecto deambulando distraído y mirando con cierta envida a un grupo de patos. Un chico besa a una chica. Sospechaba que ella no le había besado a él. Es increíble lo unidireccionales que son algunos besos. Pero el Sol brillaba demasiado alto como para pensar en ciertas formas de comercio. Entonces sucedió algo extraño. Un cuervo del segundo acto llegó al tercero a través de un pasadizo secreto del escenario y se posó sobre el hombro de Alberto, que pensaba en ese momento el primer acto, portando un trozo de papel con palabras que se creían poema. Decía así:

Ha llegado la primavera a Praga
infartada de encanto y deseo
jamás vi semejante embestida
de colores pintados de cantos
de fuego.

Y no elige la palabra su rima
ni elige el color abrigarme de besos,
pero se escapa de mí una felicidad entera
que le agradezco al Sol
porque no la merezco.

Ha subido el Sur al Norte
para civilizar de color grises muertos,
no se reconoce al checo con su sonrisa
ni me reconozco a mí admirando los cuerpos.

Cuerpos de mujeres que el frío, CELOSO,
y cabrón, guardaba bajo un convento de plumas,
pero se le escaparon
como agua entre las manos,
como manos entre vicios
pues ahora corren a mi encuentro.


Alberto cogió el trozo de papel de las patas del cuervo y se lo guardó en el bolsillo, pero pensando ya sobre el acto cuarto se le olvidó leerlo.

Acto cuarto

Acto quinto
- Inés y Jaime aparecen en Praga -

Primer acto quinto:

Todo ocurrió a cámara rápida, llegaron el mismo día en aviones distintos, culpa de Jaime, pero pronto estuvimos en Bartolomejska borrachos cantando canciones a  un chico de Georgia (capital Tiflis, moneda Lari) que después se convirtió oficialmente en nuestro amigo. Ya sabes, uno de esos amigos eternos de una noche. No. Espera: esto fue tres días después. La primera noche, cuando llegaron, fuimos a este mismo bar del que estaba hablando donde también estaban los mismos cerditos vietnamitas, y los mismos pianos que asomaban tres días después.

Un contrabajo y un tipo con un sombrero que parecía Alf, un pianista de Jazz que mejoraba canción tras canción, un guitarrista que nos da la espalda y un tipo sentado en cajón gitano dando la percusión, todos ellos guiados a la fuerza por el clarinetista ebrio que toca siempre en Bartolomejska. Es muy bueno pero le gusta tanto la música que se olvida de los seres humanos y eso le resta fuerza al conjunto.


Segundo acto quinto: 

A los tres nos encanta hablar con gente a la que le encanta hablar y por eso estamos juntos. Praga está preciosa llena de Sol. Han venido con abrigos, me miran como a un mentiroso. Yo les juro que no se lo que está pasando. Vivimos los cinco días más soleados en meses. Que si la fractalidad del ser, que si el lenguaje, política, crisis, que si la identidad de género, que si la historia genética, que si el sexo, que si siempre acabamos volviendo a los mismos temas, que si la fractalidad del ser. Cerveza, cánticos, chistes, risas, contemplaciones, desprecios, aprecios, roces, caricias y reencuentros. Cuatro días a cámara rápida excepto un día que amanecimos con tremenda resaca tras pasear Praga a las nueve de la mañana, y nos quedamos en la habitación tirados hablando de todo un poco y tratando de tirar una manzana por la ventana. Hemos prometido viajar,  grabar cortos geniales: bar de conceptos, despedida incómoda, guerra y maquillaje. Amistad de dos colchones para tres, hablando siempre de qué hacer más tarde, disfrutando del estar sin despedida. Se llama efecto tapadera, se entenderá mejor en el acto sexto.

Tercer acto quinto:


Hemos fumado un poquito para calmar la resaca. Seguro que se puede tirar lo que queda de la manzana por la rendija de la ventana. Es muy pequeña. Seguro que lo consigo. A Stanimir le gusta la idea, me mira como diciendo "ni de coña pero inténtalo". La verdad es que es muy pequeña. A Jaime le hace gracia la idea porque amaga todo el rato que la va a tirar. Se ríe demasiado como para poder apuntar y lo sabe, eso le hace gracia, y se ríe: demasiado como para poder apuntar. Inés también ríe, pero su risa respeta los compases de su respiración, Jaime simplemente se ahoga, igual que yo. Jaime no lo consigue, era evidente. Yo estoy dos metros más lejos que él pero

- Pásamela, pásamela.
- Pero tirala flojito, que si no explota - señala Jaime completamente rojo aprovechando un momento de claridad y volviendo a respirar poco a poco.
- Tranqui tranqui... - digo con la situación bajo control.

Me concentro, me río, apunto, lanzo -demasiado fuerte- el corazón de la manzana choca contra el marco de la ventana. Explota. Media manzana cae sobre mi ordenador. Estalla la risa dentro de nosotros. La otra mitad la hemos perdido. Mierda. Qué guarrada. No pasa nada. Inés también lo quiere intentar. Falla también, seguimos riendo.

¿Puedes reírte del fallo?
Entonces estás jugando.

Pregúntale a los niños;
pues jamás se aprende tanto.

Es el juego, el del teatro,
¿Llevar el juego a la vida?

Estar de Erasmus

***


sábado, 30 de marzo de 2013

Segunda epifanía: L´écart


- Creo que esta vez se está pasando tres pueblos - le dice Carmen a Julia.
- Es cierto, es que ya son las dos de la mañana joder, normalmente apaga la música a las once.
- Y además es una música rarísima - comenta Elisa que está leyendo en la cama.
Ella ha escuchado toneladas de música, por lo que rarísima en este caso puede entenderse como un juicio estadístico.
- Lo raro es que siempre apaga la radio cuando acaba la música gregoriana -dice Julia..
- Pues a mi no me hace ni puta gracia. Tengo que entregar esto a las once de la mañana y tengo un párrafo - resopla Carmen acordándose del momento en el que le pareció buenísima idea estudiar dos años en la Sorbona.
- Quizás también le guste el electro-pop-tecnophunk - sugiero sin dejar de leer con tanta atención como incomprensión la traducción francesa de Frankenstein.
- No lo creo -ataja Carmen con total indiferencia a lo que yo pensé que calaría como una broma.- ¡Joder! No consigo concentrarme. ¡¿Cómo es posible que el viejo de arriba haga más ruido que nosotras?!
- Oye que cuando nosotras estamos de copas él nunca se ha quejado.
- ¡Pero lo hacemos los viernes o los sábados! ¡No un miércoles!

Deja de escucharse la música durante un segundo pero comienza de nuevo. La emisora cambia de programa. Música electrónica en un piso. Pum pum pum pum (periódico). Desesperación en el de debajo.

- ¿Subo a decirle algo? - me pregunta Carmen, cuyos apuntes me expulsan progresivamente de la mesa.
- Vos sabrás. No soy yo quien tiene que pasar toda la noche trabajando.

Me mira pensativa sin verme y sigue escribiendo en su plantilla. Suspira. Resopla. La música vuelva a cambiar, ahora suena más aguda y con un grave que varía de la misma forma que un metrónomo. Molesta objetivamente.

- ¡Ya está!¡No puedo más!... Voy a decirle que quite la puta música de una vez... me queda todavía más de la mitad- dice Carmen enseñándole a Julia su cuartilla medio vacía siendo optimistas- y que mierda de paredes son estas que escuchamos a los vecinos bajándose los pantalones...

- Tanta moda, tanta baguette, y tanta hostia - le acompaño divertido en su arrebato - Es curioso. En Rayuela el que se queja siempre es un hombre muy gruñón del piso de arriba, y a mi siempre me dio la sensación de que Cortázar al pequeño burgués culto abandonado por su propia cultura, el trabajador que ve en su biografía que ha levantado el país que ahora desde arriba le deja abajo. La típica angustia de quien se hace a un molde y después el molde le abandona ridiculizando su sumisión a ser moldeado. Seguro que hay algún síndrome para eso... Hoy todo puede traducirse en síndrome, solo hace falta que el síndrome se coloque como el término más aceptado a la hora de traducir... -pienso por mi parte, entonces vuelvo a hablar porque una de las muchas palabras que no entiendo del francés parece tener una importancia relevante en el texto, no en el de Mary Shelley, sino en este.

Recuerdo que el término parecía expresar aquello que existía entre las personas con mayor presencia que ellas mismas sin ser apenas nada, casi sin ser... Quizás recuerde mal o quizás me equivoque, quizás tampoco importe.

- ¡Julia! ¡¿Qué significa écart ?!
- Brecha, como vacío - me responden a la vez Carmen y Julia.


Al día siguiente nos despertó el ruido -a mí no- de una escalera de bomberos que llegaba hasta la ventana de arriba. La policía ha cortado la calle. Suenan cristales rotos. Parece que nuestro vecino de arriba había fallecido, quien sabe si mientras hablábamos de él, al otro lado de un techo tan fino que dejó pasar el sonido de la música callándose todo lo demás.

No estábamos seguros de que hubiese fallecido, todo dependía de que la música volviese a sonar.









miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Encontraría a la Maga?

Llevo mucho tiempo sin narrar de manera lineal y descriptiva esas vivencias y otras desdichas mientras viva que van aconteciendo a las afueras de este espacio de confesión escrita desde mí-contigo. Contigo es la palabra del castellano que más me fascina en este preciso momento. Y tengo mis razones: además de la universidad, que algo me ha entretenido, cuanto más tiempo paso en este país más normal me parece todo, y cuanto más normales parecen las cosas más normales son, y esa cosa llamada normalidad es la sal que se echa a las superficies blancas para que no broten las palabras.

Para leer el próximo párrafo reduce los colores de tu imaginación al blanco y al negro con la voz narrativa de Tony el Gordo de los Simspon. La escena comienza en una rueda de prensa de periodistas con gabardinas que no dejan de lanzar esos flashes ruidosos de cámaras viejas y sombreros que se difumina poco a poco hasta caer en el flashback que deja la voz reposar tras los bastidores de la escena. 

Pero saltemos a una anécdota trepidante que tuve el implacer de experimentar entre esas calles de Praga que todavía están por civilizar: esta historia versa sobre el crimen que me llevó a saborear los fríos labios de la muerte. -¡¿Qué crimen?!- Robar un abrigo. -¿Podría decirnos qué abrigo?- El mío ¿Y lo de la muerte? -pregunta un sujeto con la cara hinchada y la voz chillona desde la penúltima fila- De frío. (En la sala se escuchan suspiros de admiración. Los espectadores murmuran entre ellos. Un niño llora)-¿qué coño hace un niño aquí? -pensé antes de comenzar con mi relato como mi voz de armónica. Todo iba bien hasta que Jake el Perlas y el viejo Budd comenzaron a pelear. Se sucedieron las avalanchas de gentes histéricas sobre las prendas que no encontraron patria en el ropero. Sin espacio para moverme por la gente enloquecida mientras cuerpos anónimos juegan conmigo en un baile sin compás, como juega la marea con las boyas. -¿dónde coño andará Spike?- pensé mientras apuraba las últimas caladas de mi cigarro. Cuando conseguí abrirme paso entre la multitud miré desconsolado la cruda realidad que se alzaba ante mí: el abrigo ya no estaba. Afuera rondaban los quince grados negativos y unos ojos de mujer prometían ser el único cálido lugar donde dejar morir mis esperanzas...

Fin de la recomendación cursiva

Basta de dramas. Esto es lo que pasa cuando se asume la traducción del ser en sardina a cambio de una fiesta balcánica, absenta y la promesa de felicidad que subyace como fe tras la palabra fiesta del creyente ingenuo que dice otra noche que sale aunque no le apetezca. Menos 15 grados y yo en sudadera con una amiga alemana que espera a una amiga que no era mía y no iba a venir, ella tenía que saber que el after estaba cerrado.  She is in your place now, for sure... ¿Cómo volveré a casa? -pensé mientras me nevaba en la cara- Solo recuerdo que debí encontrar la respuesta. (¬.¬)

Y pasé ciertos días encerrado, haciendo los trabajos de la universidad y construyendo Coommunity. Con un poco de suerte y algún que otro milagro pronto sabrás lo que es. Después marché a París con mi querida Elisa, quien me invitó amablemente a compartir planes y privilegios previamente acordados con su gente. Eterno enamorado del "a ver que pasa" ("haber que pasa" tras los recortes de Wert), de Cortázar, y profundamente interesado en los restos inmortales de nuestra decrépita ilustración, acepté tras encontrar un billete asequible. Fue gracioso ver cómo nos preparábamos para el aeropuerto todavía notablemente ebrios. Elisa empeñada, y casi con razón, en que no íbamos a llegar a coger el vuelo, pero cuarenta minutos antes de que saliese ya estábamos en el aeropuerto. Cristina me dejó su mochila y Marco su marcha y huida de la residencia a un piso, y digo huida porque le atemorizaba (pese a su valor y coraje) el extraño ser vivo checo que compartía habitación con él, la gente rumorea por los pasillos que antes hablaba pero que nunca dejaba supervivientes y Jack Sparrow se calla.

En París sucedió de todo mientras me hinchaba a epifanías, esos momentos de la realidad que se comportan frente a todo lo que sabes como un resumen; cartel de Cuanta Razón en tamaño real gracias al cual pasas de la intuición a entender el todo de un solo instante que se te escapa como la foto perfecta, y te deja el tiempo con la imagen de un solo segundo tarde. Vos sabes. La cuestión es que me maté a caminar hasta que Elisa y Julia regresaron al piso donde pasamos los últimos cuatro días. Durante esos cuatro días nuestro vecino de arriba se murió o no. Todo dependía del canto gregoriano, pero ya te contaré esa historia, primero la gran epifanía y ya seguiré:

¿Encontraría a la Maga?

Me dirijo al Pont des Arts (en cursiva y en francés para que quede bien cosmopolita) donde comienza Rayuela, con la novela bajo el brazo, y me encuentro el puente repleto de candados de enamorados. Qué horror. Pongamos un candado antes de que uno de los dos dude. Amor como candado. Fácil solución. Lo curioso es que quien pone un candado inmortaliza el presente frente a su evidente desconfianza. Tengo miedo de no quererte mañana. Candado hoy. Tengo miedo de que no me quieras mañana. Candado hoy. Tengo miedo de que no nos queramos hoy. Candado hoy. Amor sin actualización. Pero quiero comparar la idea del candado con uno de mis pasajes favoritos de Rayuela para que se entienda mejor la epifanía, o mejor dicho, para que no se entienda a la primera:

***
Capítulo 93
Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en las que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sabanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado,...




Para entender bien estas líneas es imprescindible entender el yo como un absoluto, nada de sujeto y mundo como si la conjunción "y" no fuese pura identidad; no se qué es tu risa más allá de la que escucho. Te escribo y te escribo y te describo a ti, pero después te leo y te veo escrita y escrita y descrita cuando caigo en la cuenta de que estás escrita con mi letra, entonces dejo de escribir.Un candado es hacer trampas en este juego metafísico: ¿promesa de amor eterno? Dos pájaros en una jaula se construyeron una jaula. Dos pájaros terminaron pensando que viven en la jaula que ellos construyeron. (No se que hago escribiendo sobre esto) ¿Enamorados? Quizás sí. Pero siempre pensé que el amor se parecía más a la persona ciega segura de estar acompañada aunque la compañía no dejase jamás de estar callada. Silencio. Interrogación abierta, el significado de una búsqueda que bien puede ser un mundo, interrogación cerrada:

¿Encontraría a la Maga?

martes, 12 de febrero de 2013



Se me cae la mirada por tu espalda; se enreda con tu pelo y se columpia, y se, columpia, y se... el extremo de mis ojos en tu espalda, resbalan por tu piel como una gota de sudor que llega sin obstáculos hasta tus tobillos hasta que los reclama con violencia tu sonrisa. El cigarro de después en la terraza; no cabe otro olor aquí que no sea el nuestro, ni mío ni tuyo; entonces recorro el espacio que antes recorría mi mirada y te alcanzo, te demuestro de nuevo que no estábamos tan lejos, te rodeo y nos llevamos de nuevo a la cama donde tus sabanas abrigan desde el suelo. 
Funambulista de tiras y aflojas, de oro y cemento, de ópera y silbido, de ballet y borracheras, de beso y bofetada, de caricias traducidas en tambores y de caricias sin traducir. Te alcanzo y te pierdo para no tener que seguirte nunca. Te alcanzo y te pierdo para no tener que tenerte siempre. Te vuelves a quejar de mentira de los recuerdos de humo de mi aliento, y yo te vuelvo a 
mentir con un susurro en forma de lo siento. No tengo ganas de tener ni nada que ganar teniendo. Me marcho, y te desapareces. Me marcho, y te desaparezco. Nada que objetar cuando predicas mi querer sin sujeto. Nada que objetar pues no hay objeto.

jueves, 10 de enero de 2013

La princesa meretriz: puta España.

De vuelta a Praga tras dos semanas de reencuentros y comidas que por primera vez en mi vida he sabido valorar desde la escasez. Una familia en relevo generacional con dos bebés y otros tres infantes que infantilizan la navidad y convierten las antiguas e irresolubles discusiones políticas (magníficas lecciones para quien busca no estar de acuerdo) en un coro de "agugutatas" orquestado por la eterna admiración por las nuevas vidas. ¿En qué momento deja un bebe de poder ser cualquier cosa? No lo se, y espero que el doctor durex me permita seguir sin saberlo, mientras tanto y con el hijo de mi primo aprendiendo a encontrar el Do en el piano en mi memoria no me puedo quejar, de hecho estas navidades no he podido evitar sentirme profundamente afortunado más allá de cenar de una tirada lo que normalmente aquí comería en dos días.

Lejos de mí queda ahora mismo una España extrañada de sí misma, un rostro histórico sin pasado común ni futuro que se pueda compartir, un espejo roto, una princesa meretriz o un secreto que alguien debería desvelar pero que ya nadie recuerda. Pero ahí está, esa España que no cabe en Europa ni fuera de ella atada a una moneda que exige que Mariloles la del séptimo y Franz Stein o Francois Ledeaux lleven en el bolsillo el mismo valor con el que competir en el mercado internacional. España de políticos que gestionan lo que su pueblo no puede asumir. Estrangular para salvar los pulmones, un sindiós como escribió Juan José Millás, todo un acto de madurez. Cualquiera hubiese dicho que es más utópico un sistema como el actual que lo que hoy en día es sistemáticamente calificado de utópico. Pero qué puedo contar a estas alturas, en términos de cambio real el que estés leyendo lo que escribo es una elegante pérdida de tiempo. ¿Entonces para qué escribo? Me basta con pensar que en un sistema en el que el tiempo es algo tan material y banal como el oro, el conseguir que alguien pierda el tiempo es un asalto desde tu mirada a las arcas del fondo monetario internacional, y las siglas irán con mayúsculas cuando se lo merezca. Bonito engaño, ¿no te parece?

Desde mi habitación solo llego a ver a través de mi ventana un cielo gris a través de las ramas marrones de un árbol húmedo, eso me recuerda al único tallo verde de la negra economía española: el Sol. Como echaba de menos el Sol: los rayos que llegan a la República Checa se han dejado a no se que altura todo el calor que les pedí. La mayor parte del tiempo oscuridad con frecuentes lluvias, de vez en cuando una nieve preciosa, y si no luz que no calienta. Enero, es lo que toca. Pero en España el Sol aparece a veces aunque no te apetezca y te calienta aunque te pille conduciendo con el abrigo puesto. Y ya que estamos hablando de  la península sin Portugal y de su historia, recuerdo una entrevista a Jose Luis Sampedro en la que explicaba que, una vez convencido Franco de que su política económica aislacionista de aires napoleónicos era lo que en terminología económica se conocía por el nombre de una mi€rda, España tenía dos pilares de crecimiento: el Sol, capaz de atraer capital sin exportación, y su propia pobreza, es decir, bajos salarios que vender a la industria extranjera.

Principalmente las generaciones de la posguerra española han trabajado para el sistema público español o para la industria internacional, y ahí está la gracia: España salta desde el tercer mundo de la posguerra hasta el primero fortaleciendo el sistema público alrededor de la industria extranjera. Suben los salarios y el sistema de seguridad social. Entonces empresarios, políticos y banqueros tienen el plan maestro de desviar a la construcción la milagrosa capacidad adquisitiva de los españoles. Tantos ricos como deudas bancarias, tantos ingresos crecientes como casas en la burbuja inmobiliaria. Te presto dinero para que no puedas pagar la casa, recupero el dinero y vendo tu casa: plan maestro. Pero el tipo de industria que atrae la pobreza no trabaja con mano de obra adinerada, y se empezaron a marchar las fábricas vendiendo el terreno en el momento álgido de nuestro optimismo y todos a la puta calle, ¿verdad padre?, a inmobiliarias o a representantes políticos con grandes proyectos públicos, y si su primo era socio de un constructor pues mejor que mejor. Esas casas malignas que vuelven a los bancos malos: eso que si interesa nacionalizar para liberar la inversión privada. Se fueron las fábricas y los salarios y las ganas de comprar ladrillo. Explota la burbuja y el valor de la inversión desciende en picado, los bancos no dan dinero porque el que tenían ya no vale nada, se estancan los proyectos y los estudiantes que dejaron de serlo para trabajar pasan a ser ninis. La industria que se nutría de la educación superior desaparece, y las grandes universidades y las generaciones universitarias se quedan fuera de contexto: generación perdida para España y encontrada para Iberia, y solo nos queda por repasar la estructura de funcionarios formada al rededor de aquello que generó beneficios que lejos de ser utilizados para generar industria propia se sepultaron entre ladrillos desahuciados para saltar desde la apertura de España en los años 60 y 70 a los Juegos de la Deuda que vivimos hoy. ¿Deuda ilegítima? Evidentemente, pero los responsables de la masacre siguen andando por casa firmando leyes contra el aborto o pasando de Bankia a Telefónica, o asesorando hospitales o compañías energéticas, pero ¿cabe esperar de un país que reconoce la legitimidad de una amnistía firmada con militares reconozca un crimen económico? No lo parece, o sino pregunta por las cunetas de las carreteras secundarias de este país cuánto tiempo ha de pasar para que se desentierre la vergüenza hispana, una princesa obligada a prostituirse, ayer a punta de pistola, hoy por deudas. Esa puta España en la que puta no significa otra cosa, no te confundas, que trabajadora explotada.

 O España estudia lo sucedido, lo juzga, lo persigue y lo corrige en sus justos y propios términos como a hecho Islandia o volveremos al tercer mundo en el que nos dejó el testículo único de Franco, y eso no lo va a hacer el partido político que absorbió al franquista ni ningún otro que comience aceptando las reglas marco europeo, aunque esta vez el camino a la miseria está al otro lado de las relucientes farolas de la Unión azulona, a través del aro de sus estrellitas. Basta con decir que a los servicios públicos españoles solo les queda una salida: la desaparición o la guerra. Y que ni se te pase por la cabeza que lo que hago al escribir es intentar cambiar las cosas, me conformo con convertir el oro en pensamiento.

"No escribí para hacerme famoso en Twitter, sino para que entendieseis por qué es legal"
A. Gramsci